Volver a ti, aunque ya no seas la misma persona

Hay momentos en la vida en los que simplemente te detienes y piensas:
¿En qué momento dejé de hacer esto?

Eso me pasó hoy, corriendo de nuevo en el Sope.
El mismo lugar donde antes entrenaba para el maratón de Nueva York, solo que esta vez con menos ritmo, más pausas… y una sonrisa que antes no tenía.

En 2016 crucé esa meta, tenía una hija de dos años y un bebé de uno; Dormía poco, comía cuando podía, y había días en que solo funcionaba por inercia, mi cuerpo estaba agotado, pero mi mente estaba encendida, tenía una meta.

Quien ha corrido un maratón o pasado por algo igual de retador, sabe que llega un punto en el que el cuerpo ya no da más, te duelen los músculos, los pies, el alma y justo ahí es cuando dejas de correr con las piernas y empiezas a hacerlo con la mente.

Recuerdo ese tramo final en Nueva York: cada paso era una negociación entre el dolor y la voluntad, lloraba y me faltaba el aire así que me tenía que calmar y aunque físicamente ya no tenía nada que dar, algo dentro de mí seguía diciendo tu puedes “solo un poco más”. Tenía un propósito todo el tiempo porque decidí correrlo por mi hijo José, el más chiquito, pues estaba pasando un momento difícil, en otro blog hablaré más de eso.

Esa fue, sin duda, una de las lecciones más grandes de mi vida: la mente puede sostenerte cuando el cuerpo se rinde.

Después de esa carrera dejé de correr, la vida se llenó de otras cosas: hijos más grandes, trabajo, proyectos, cambios, responsabilidades y sin darme cuenta, también guardé esa fuerza mental junto con mis tenis.

Hasta hoy, corrí poco, nada wow, pero mientras lo hacía, sentí ese fuego otra vez; La diferencia es que ahora ya no corro para llegar, corro para volver, para volver a mí, desde otro lugar.

Porque no se trata de regresar a ser quien eras, sino de reencontrarte con esa parte tuya que sigue ahí, solo que con una mirada más sabia y más compasiva.

El dolor físico te enseña a escuchar tu cuerpo, pero también a confiar en tu mente y esa fuerza mental, la que se forja entre el cansancio y la determinación, no desaparece, solo se transforma.

Hoy corro más despacio, pero con más conciencia, ya no quiero demostrar nada, quiero sentir, quiero recordar que puedo, aunque duela, aunque haya pausas, aunque todo cambie.

Porque nada es permanente, ni el cansancio, ni el dolor, ni las versiones de nosotros mismos que dejamos atrás.

Y ahí está lo padre: volver a ti no es retroceder.
Es volver con más historia, más cicatrices y más verdad.

Siguiente
Siguiente

El peligro de copiarte a ti mismo