Y tú… ¿ya encontraste tu propósito?
Una mañana cualquiera, te despiertas con el corazón apachurrado, sin ganas de salir de tu cama. Te preguntas si esto es todo: correr, trabajar, pagar cuentas y repetir. Pero en el fondo… hay una vocecita que susurra: “Esto no puede ser todo”. Y no, no lo es. Esa vocecita está pidiendo dirección. Propósito.
El propósito no es una frase bonita para poner en tu Instagram. Es eso que, aunque el día esté nublado y la vida patas arriba, te hace decir: “Ok, vamos de nuevo”. Es brújula, gasolina y paracaídas emocional todo en uno.
El sentido lo cambia todo
Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido, escribió desde los lugares más oscuros del alma humana. Desde un campo de concentración, descubrió que quien tiene un “para qué” puede soportar casi cualquier “cómo”. ¿Fuerte? Sí. ¿Verdadero? También.
Y no necesitas estar en una situación extrema para sentirte perdido. Basta con que vivas en piloto automático, sin detenerte a preguntar si lo que haces te llena o solo te drena.
¿Y si no sabes cuál es tu propósito?
Bienvenido al club. Nadie nace sabiendo su propósito como si viniera en el instructivo del microondas. Se explora, se prueba, se vive. A veces llega en una conversación, otras en medio de una crisis, y muchas más… en el silencio, esta parte me encanta, la pausa...
El error está en creer que tiene que ser épico o digno de un TED Talk. A veces, tu propósito está en formar, cuidar, inspirar, acompañar o simplemente estar presente para alguien más.
Tres señales de que ya lo encontraste (aunque no lo sepas)
Te da energía. Aun cuando estás cansado, te dan ganas.
Te hace perder la noción del tiempo. Fluyes.
Le da sentido a tus dolores pasados. Lo que dolió, ahora tiene propósito.
El propósito no es un destino
Es una forma de caminar. Se transforma contigo. Hoy puede ser formar a otros, mañana puede ser cuidar de ti. No está grabado en piedra, pero sí en tu intuición. Escúchala.
Y si aún no lo tienes claro, tranquilo. Estás buscando. Y eso ya es un gran paso.
¿Y ahora qué?
Empieza por hacerte una pregunta poderosa:
¿Qué harías si nadie te aplaudiera, nadie te juzgara y supieras que no puedes fallar?
Ahí empieza tu propósito.