La forma en que comunicas, puede abrir puertas… o cerrarlas

¿Cuántas veces has dicho algo con la mejor intención… y terminó en malentendido?
La verdad es que no basta con lo que decimos, sino que la forma en que lo decimos es mucho más importante.

Hace poco le escribí a una amiga por WhatsApp: “te estoy esperando”.
En mi cabeza era un mensaje neutro, casi informativo: “ya estoy aquí, lista para cuando llegues”. Cuando llegó, me dijo: “Sonaste como si estuvieras enojada, me tarde porque no encontraba lugar de estacionamiento”.

Y lo chistoso es que yo estaba feliz de la vida, tranquila con mi café, sin ninguna prisa, para mí eran solo tres palabras, pero para ella llevaban un tono distinto.
Ese mini malentendido me recordó algo: la forma en que comunicamos pesa tanto como el contenido.

El poder del cómo

Las palabras son energía, nuestro cuerpo reacciona a esa energía.
Cuando escuchamos (o leemos) algo, nuestro sistema nervioso no distingue entre si la intención era buena o mala, lo interpreta según el tono, la pausa y hasta la velocidad con la que nos llega el mensaje.

Un “¿podemos hablar?” puede sentirse como una invitación a conversar… o como la antesala de un regaño.

En el día a día

  • Mandas un WhatsApp sin emojis y suena seco.

  • Le das feedback a tu equipo y aunque usaste las palabras correctas, tu tono hace que la otra persona se cierre.

  • Le dices a tus hijos “¡apúrense!” y lo escuchan como si fuera una amenaza, no una invitación a moverse más rápido.

La misma frase puede motivar o desanimar, abrir confianza o levantar barreras.

En el mundo corporativo

Un líder puede decir:

  • “Necesito que mejores en esto”.
    Y sonar como crítica, juicio, falta de confianza.

O puede decir:

  • “Esto que haces tiene mucho valor, y si ajustamos esta parte va a ser aún más potente”.
    Y sonar como apoyo, crecimiento y confianza.

El contenido es el mismo, la forma es lo que cambia todo.

Aquí no se trata de volvernos robots midiendo cada palabra, se trata de hacer pausas antes de hablar y preguntarnos:

  • ¿Cómo quiero que el otro reciba esto?

  • ¿Qué emoción quiero provocar?

  • ¿Estoy comunicando desde la prisa, el cansancio o desde la claridad?

Al final se trata de cuál es tu estrategia, y sí, algo tan simple como respirar antes de contestar puede hacer toda la diferencia.

Al final, la comunicación es un puente, la pregunta es:

¿lo estás construyendo para conectar… o lo estás derrumbando sin darte cuenta?

La próxima vez que tengas una conversación importante, no pienses solo en qué decir, piensa en cómo lo voy a decir, qué quiero comunicar, incluos cómo quiero hacer sentir a la persona que tengo enfrente.

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